sábado, 15 de agosto de 2009

Grandes Viajeros

Viajar es vivir más. Todo cobra perspectiva. La realidad se ensancha y las experiencias engrandecen nuestra alma. Las vidas y los paisajes de seis grandes viajeros nos llevan de la mano en este reportaje para maravillarnos con ellos.

El viaje está presente en la historia de la humanidad desde sus inicios, desde que el primer ser humano se levantó en el valle africano del Rift y siguió sus fallas para dispersarse por el mundo. No ha habido sociedad que no haya contado con ese personaje que, rechazando las comodidades de una vida marcada por la inercia, ha decidido alejarse para ir conociendo lo que había más allá.
Entre los viajeros más conocidos encontramos a Marco Polo, Stanley, nuestro Ali Bey, Ibn Batuta, Vasco de Gama... La lista puede convertirse en interminable. Incluso podríamos colocar ahí a los que partieron a la conquista de nuevos territorios, pero estos últimos nos interesan poco.
No podemos considerar grandes viajeros tampoco a los que tuvieron que emigrar para sobrevivir. El suyo no es un viaje buscado, sino por obligación. Nos centraremos, pues, en los que tienen un denominador común: su ansia por conocer.
La ciencia, la naturaleza, los modos de vida, la religión, han servido de impulso a su búsqueda. Sirva de ejemplo Hsuan Tsang, monje budista chino que durante el siglo VII decidió partir hacia el oeste para encontrar hombres sabios que pudiesen responder sus dudas. Regresó quince años más tarde con más de 700 libros y reliquias.
EMPRENDER EL CAMINO
Puede que sea al revés: que sea el ansia por viajar la que a veces se sirve de alguna excusa para partir. Los ingleses, entre los que es casi una obligación que sus vástagos salgan a pasear unos cuantos meses -o años- por el mundo antes de empezar sus estudios superiores o de buscar trabajo, disponen de una palabra concreta para definir esta necesidad: wanderlust.
Los sedentarios o sencillamente los que no han dado con la excusa adecuada para emprender el camino y adentrarse en la aventura que es todo viaje, siempre pueden consolarse con los textos de grandes viajeros como los que apuntamos a continuación. Evidentemente, hay muchos más. Pero los que hemos seleccionado reúnen varios requisitos que hacen aún más interesantes sus experiencias. Son grandes escritores que han sabido desarrollar una mirada personal y una curiosidad que parece no tener límite. En compañía de ellos, el viaje es siempre conocimiento y una satisfacción. La vida, en sus múltiples facetas, está en sus páginas.
EL CORAZÓN DEL AMAZONAS
Nacido en el seno de una familia aristocrática prusiana, Alexander von Humboldt recibió la buena educación que le correspondía para convertirse en un alto funcionario de su país. Sin embargo, no destacó en los estudios, hasta que descubrió la botánica. A ésta siguió la geología, en cuyo estudio profundizó en la Escuela de Minas de Freiberg. Su curiosidad ya no tenía límites, tampoco su portentosa memoria ni su infatigable capacidad de trabajo. Convencido de que su misión debía centrarse en la exploración científica, se dirigió a Madrid con el botánico francés Aimé Bonpland. Allí, consiguieron que el rey les concediera permiso para visitar sus colonias de América Central y del Sur.
EL LARGO VIAJE POR AMÉRICA
Entre 1799 y 1804, recorrerían 10.000 km a pie, a caballo y en canoa. Empezaron en Venezuela, donde se internaron por la selva amazónica. Entre lluvias constantes y nubes de mosquitos, con sus pertrechos y alimentos carcomidos por los bichos y la humedad, Alexander descubrió la unión de las cuencas del Amazonas y el Orinoco por medio del río Casiquiare. Sin comida, bebiendo el agua de los ríos, permanecieron tres meses cartografiando y recogiendo datos y muestras. Su siguiente destino se situó en los Andes, donde, entre otros volcanes, ascendió al Chimborazo. Aunque no alcanzó su cima de 6.265 metros, su récord de altura se mantendría durante tres décadas. La experiencia le permitió describir el mal de montaña y sus causas. Hizo muchas más aportaciones a la ciencia: estableció climas y ecosistemas, la existencia de los vientos alisios y de los campos geomagnéticos de la tierra, clasificó centenares de plantas, describió la corriente que lleva su nombre y que asciende por el litoral pacífico de América, estableció la relación entre la actividad volcánica y la historia de la corteza terrestre...
Continuó su viaje por México y terminó en los Estados Unidos. A su regreso, su empeñó se centró en ordenar los datos recogidos. Tardó veinte años en hacerlo, tiempo durante el cual volcó sus conocimientos en los treinta volúmenes de su Viajes a las regiones equinocciales del nuevo continente. Al fin, agotado su patrimonio, tuvo que buscarse sustento y aceptó el cargo de consejero del rey de Prusia. Aceptó, también, una invitación del zar para recorrer sus dominios, viaje que lo llevaría hasta la frontera con China.
A partir del año 1834 fue publicando su obra magna, Cosmos, en la que, con sus conocimientos describió el universo tal como entonces se conocía. Pero la obra de Humboldt no es sólo de una sabia mirada científica. Contemporáneo de Goethe y Schiller, para él la naturaleza era una fuente de placer estético espiritual. El placer que dimana de ella, de su contemplación y goce, nace para Humboldt de lo más profundo del ser humano. De su alma.
EN LOS CAMPOS DEL SEÑOR
Nacido en Nueva York, escritor, naturalista, viajero, tras estudiar en Yale y la Sorbona, Peter Matthiessen fundó en París The Paris Review. A mediados de los años 50, recorrió todos los refugios de fauna salvaje de los Estados Unidos, con un coche, un saco de dormir, algunos libros y una pistola. Sus expediciones por espacios naturales apenas acababan de empezar. Persiguió elefantes por la selva del Congo y al esquivo leopardo de las nieves en la tierra de Dolpo, Nepal. Alaska, Canadá, Asia, Australia, Oceanía y América del Sur, África y Nueva Guinea también han figurado entre sus destinos.
Su mirada no se detiene en el reportaje de sobremesa, sino que en los libros donde relata sus viajes completa el cuadro con los peligros que amenazan tanto a los distintos ecosistemas como a las culturas que con ellos han convivido durante siglos. Son muchos los espacios en que la invasión de la modernidad ha llevado a la extinción de culturas y especies animales, y Matthiessen los retrata sin remilgos. Así, por ejemplo, se interesó por el sioux Leornard Peltier, condenado a dos cadenas perpetuas por matar a dos agentes del FBI. El resultado fue In the Spirit of Crazy Horse, libro que fue censurado y permaneció nueve años fuera de circulación, hasta que terminó una larga sucesión de pleitos. Es en estos escenarios, lejanos y extraños para los habitantes de las ciudades, donde coloca también a los personajes de sus libros de ficción. "Siempre he preferido un tipo de vida en los límites, gente que está desesperada, desheredada o abandonada", declara. Aparecen a veces poco amables, rayando los límites de la cordura, como en Jugando en los campos del Señor, situado en la selva amazónica. Su última trilogía se sitúa en los Everglades, humedales de Florida.
MAESTRO ZEN
Pero, sin embargo, Peter Matthiessen nunca ha perdido la capacidad de maravillarse. Maestro zen, su práctica regular le ha ayudado a despojar la realidad de sus atributos más superficiales, de afeites y presupuestos, para quedarse con su esencia, ante la cual no podemos más que sorprendernos. Sus libros son también una búsqueda de esa esencia, de la parte incorruptible de todos nosotros.
DESVELANDO IRÁN
Ryszard Kapuscinski es un periodista que va a las fuentes de la realidad, aquellas que no se difunden en las conferencias de prensa, donde se proclama lo que han preparado los asesores para mayor autobombo del poder establecido. Kapuscinski pisa la calle y sonsaca a la gente normal. Para ello, toma todo tipo de transporte, se aloja donde puede, intenta borrar su carácter extranjero, fotografía y recoge prospectos, folletos, postales y, sobre todo, habla con decenas, centenares de personas.
El resultado es una habitación de hotel llena de papeles, cintas de casete, carretes de fotos. Dejarlos desparramados por la cama, mesitas y suelo le ayuda a quitar algo de ese aire impersonal que gastan los hoteles. Y entonces, como en su libro El Sha, escrito sobre la caída del dictador iraní, empieza a recoger. Parece que los fragmentos carezcan de orden, pero los va encajando uno tras otro con la precisión de un relojero. No deja de ser un artificio literario para dar coherencia a un arduo trabajo de investigación y a un viaje sin prisas. Al final, llega la escritura, guiada con mano maestra.
Su estilo penetra, con la limpieza de un bisturí, hasta el tuétano de los huesos. Sólo al alejarnos de un libro de Kapuscinski nos damos cuenta del tamaño de su maestría. Cuando lo leemos, dejamos de existir para convertirnos en un personaje más. El autor nos sumerge y nos guía por sus reportajes siempre tratándonos como personas inteligentes, capaces de alcanzar conclusiones propias.
EL TEATRO DE LA VIDA
Kapuscinski empezó como cronista de la agencia estatal de noticias polonesas, PAP. Así conoció decenas de guerras, golpes de estado, revoluciones en América, Asia, África y Europa. Ante la voluntad de transmitir lo que no cuentan los periódicos, empezó a escribir libros. Entre éstos, El Emperador, sobre el régimen corrupto de Haile Selassie en Etiopía, Imperio, situado en la desmembrada URSS, o Ébano, sobre el sufriente continente africano. Su principal preocupación será desentrañar las estructuras de poder. "El país es el teatro", afirma, "pero la obra es universal". Todo, sin apartar nunca la vista de la gente de a pie, la que sufre cada cambio de títere.
REMONTANDO EL NILO
Más espía, escritor, buscador de los enigmas del alma, que inglés, Richard F. Burton fue demasiado inquieto para la melindrosa y puritana sociedad victoriana. Poco de su vida transcurrió en su patria de origen. Un breve esbozo biográfico lo sitúa, ya desde su infancia, recorriendo Europa con sus padres. Pronto habló con fluidez francés, italiano, occitano, latín y griego, idiomas a los que sumaría veintitantos más a lo largo de su vida. Tras ser expulsado de Oxford, se alistó como oficial en la Compañía de las Indias Orientales. Las prácticas religiosas y la inmersión en las formas de vida que lo rodeaban lo apartaron del común del ejército. Tuvo sus defensores, como sir Charles Napier, que lo incorporó en sus servicios secretos. Haciéndose pasar por comerciante, Burton se dedicó a recabar información en los bazares. Pero, al marcharse su mentor, cayó en desgracia y decidió regresar a Inglaterra.
Volvemos a encontrarlo en la Meca, disfrazado de musulmán afgano. Después en la ciudad prohibida de Harar, en la actual Etiopía, de donde fue el primer europeo que regresó con vida. Ya por aquel entonces le fascinaba la idea de alcanzar las míticas fuentes del Nilo. Un primer intento lo llevó hasta Somalia, acompañado por el teniente John H. Speke. Pero acabó en un total desastre, con las mejillas de Burton atravesadas por una lanza y Speke molido a palos. La siguiente expedición, con Speke por compañero, salió de Zanzíbar, en la costa oriental africana, para internarse en el corazón del continente siguiendo las rutas de los árabes traficantes de esclavos. Sufrieron todo tipo de enfermedades y percances, pero consiguieron (a medias) su objetivo. Porque fue Speke el que alcanzó en solitario un gran lago, que bautizó Victoria, y que, aún sin pruebas, afirmó como fuente del Nilo. Speke regresó unos días antes que Burton a Inglaterra y se llevó toda la gloria. Burton, traicionado e ignorado, se marchó a EEUU.
A su vuelta, entró en el Foreing Office como cónsul en Fernando Poo. Luego fue destinado a Brasil, a Damasco y, por último, a Trieste. Todo esto debe combinarse con una actividad febril, entre traducciones, estudios y libros de viaje, de lo que nos ha llegado una pequeña parte, porque su viuda quemó todo lo que Burton dejó por publicar. Una pérdida irreparable.
EL TÍBET COMO DESTINO
Desde niña Alexandra David-Néel se mostró inquieta. Además de huir varias veces de su casa, estudió música y se interesó por el budismo y el Tíbet. Hizo un primer viaje a la India al cumplir los 20 años, pero, cuando empezó a fallarle el sustento, regresó a su París natal. Para ganarse la vida, inició una carrera como cantante de ópera que la llevaría hasta Hanoi.
La volvemos a encontrar en Túnez, ya casada, aunque sin olvidar sus ideas anarquistas y feministas. Su matrimonio resultó fallido y, con 43 años, inició el viaje de su vida, rumbo a la India, un viaje que iba a durar 14 años. En 1912 conocía en Sikkim al decimotercer Dalai Lama. La suerte estaba echada: tenía que alcanzar el Tíbet. Profundizó en sus estudios de tibetano y se inició en la meditación. Vivió como ermitaña y luego pasó más de dos años en el monasterio budista de Kum Bum, por aquel entonces ya protectorado chino. Pero el Tíbet continuaba ahí, como territorio prohibido para los extranjeros. Intentó cruzar la frontera tres veces. La primera vez fue detenida. La segunda se le echó la nieve encima. A la tercera tentativa, acompañada sólo por Yongden, criado, discípulo y, más tarde, hijo adoptivo, consiguió al fin pasar. Tras cuatro meses de superar pasos de 4.000 y 5.000 metros, dormir en cavernas, sufrir frío y hambre, alcanzó Lhasa, la capital del país soñado. Llegaba convertida en una mendiga, vistiendo harapos, flaca, curtida, con la cara ennegrecida por el humo. Tenía cincuenta y seis años.

CIEN AÑOS DESPUÉS
Alexandra no se asentó hasta alcanzar los 78 años. Entonces se retiró a Digne, bajo los Alpes de la Alta Provenza. En el Tíbet conoció una sociedad feudal con reyes, lamas, nómadas y gente humilde, que vivían como lo habían hecho durante siglos. En su libro Magos y místicos del Tíbet relató cuentos, magias y milagros que quedaron asociados al budismo tibetano. Sin embargo, mantuvo siempre una doble mirada: mística maravillada una y estudiosa objetiva otra, que separaba el grano de la paja. No se cansaba de repetir: "Tengan cuidado con las imágenes, no se dejen embaucar por ellas". A los cien años, quiso renovar su pasaporte. Por aquellas fechas, los chinos habían ya destruido la mayoría de monasterios tibetanos.
Raimon Portell - "Integral"

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